Este es el artículo más difícil que he escrito. No está dirigido a alguien en particular y, sin embargo, es para muchas personas al mismo tiempo. En primer lugar, lo hago por mí y para mí; para recordar que aunque la mayor parte del tiempo siento desesperanza y ganas de rendirme, aún hay demasiado por qué luchar; no puedo permitírmelo. En segundo lugar, esto es para todas las mujeres: las que amo, las que conozco, las que no he llegado a conocer, las que nunca conoceré, las que aún no están conscientes; las que ya despertaron pero tienen miedo. Para las que están por llegar a este mundo porque merecen algo mejor. Finalmente, es también para todos aquellos a los que les incomoda que me haga llamar feminista, a quienes daré explicaciones de forma libre y voluntaria porque sé que no le debo nada a nadie acerca de mis decisiones.
No sucedió de manera inesperada, aunque el despertar siempre es abrupto y doloroso. Fue sucediendo poco a poco. No fue que un buen día me desperté sin nada mejor que hacer y decidí etiquetarme para estar en «esta onda del feminismo» (como mi antiguo psicólogo dijo y como muchos creen que es: moda o tendencia).
Hace algunos años comprendí que todo comenzó cuando yo tenía cinco años.
Pienso tanto en usar palabras delicadas para describir el primer acontecimiento que marcó mi vida, pero no las hay. No hay manera alguna de expresarlo de una forma en la que no fue: a los cinco años de edad, me violaron.
En ese momento no tenía ni idea de lo que representaría cargar con algo así a lo largo de los años que vendrían. La niña que fui hizo lo mejor que pudo para sobrellevarlo y de forma inconsciente su pequeña mente la hizo creer que su cuerpo no le pertenece… su cuerpo es menos que una cosa, su cuerpo puede ser tocado, penetrado y ensuciado por quien quiera. Y no se pudo defender porque él era más grande y fuerte.
Por primera vez, sentí temor de hablar. Con apenas cinco años, aprendí a callar. Aprendí que mi voz se apagaba, literalmente, con una mano en mi boca. Entendí que decir “no”, me estaba denegado, no era un derecho. La realidad que una personita forma en su cabeza durante los primeros años suele convertirse en la verdad absoluta que definirá su manera de actuar conforme irá creciendo.
Tan solo dos años después, en primer grado, un niño mucho mayor que yo me obligaba a darle besos en la boca durante el recreo. ¿No se es demasiado prematura para que alguien te arrebate tus primeros besos?
Usar falda en la escuela representaba un mundo “oscuro” de curiosidad. Las chicas nos volvíamos presas del morbo de aquellos que ansiaban conocer lo que había por debajo del uniforme sin nuestro consentimiento. Los chicos nos levantaban la falda todas las veces que quisieran. Lo hacían con un palo, o con la mano, siempre retorcidos a carcajadas; mientras nosotras las chicas, nos tapábamos avergonzadas. No…yo no sabía defenderme, en mi psiquis se consolidaron afirmaciones sólidas que no me permitieron sino hasta muchos años después, aprender a establecer límites a los demás.
Mi mamá y mi papá son las mejores personas que puedan existir. Ya he escrito antes acerca de lo agradecida que estoy por ellos. Cuando estábamos pequeñas, nos dieron opciones a mi hermana, a mis hermanos y a mí para decidir cuáles actividades nos entusiasmaba realizar fuera del horario escolar, y así fue como elegí después de intentar con natación, nado sincronizado y gimnasia, que el ballet era lo que más disfrutaba. Desde los ocho años lo amé. Me enamoré de su elegancia y de la disciplina que me daba; del piano que nos acompañaba y del sonido del piso de madera en cada vibración. Amaba mis zapatillas, mi leotardo negro y la suavidad de mis movimientos. Me refugiaba en el ballet, me sentía como una mariposa que estaba a punto de volar con cada arabesque.
Tenía apenas once años cuando la profesora comenzó a cambiar conmigo. De repente su mirada se volvió irritante y pesada; hasta cierto punto, amenazante. Un día, sin que mi mamá escuchara, me dijo: «estás desarrollando y el tipo de cuerpo que te está saliendo no es el cuerpo de una bailarina, tienes demasiadas caderas».
Se me vino el mundo encima: el Taller Nacional de Danza; mi guarida, el refugio en donde me abrigaba como un capullo para convertirme en mariposa, ya no era un lugar apacible para mí. Me sentí humillada, me puse a llorar desconsolada en la soledad de mi cuarto y por primera vez, odié mi cuerpo. Le dije a mi mamá que ya no me gustaba el ballet y que no quería volver.
Ya no tenía duda alguna: mi cuerpo era un objeto, a pesar de que mi cuerpo apenas se estaba desarrollando. Corría el año 1997 en sexto grado de la escuela. Mis caderas eran más anchas «de lo normal» según me dijeron varias personan. Mis senos estaban en transición y tenían tamaños indefinidos. Yo los trataba de ocultar porque algo me decía que si se advertían un poco, alguien se iba a querer apropiar de mi cuerpo otra vez y volví a sentir miedo…un miedo que no supe manejar, que me consumió hasta que descubrí que se podía canalizar con comida y así iniciaron las primeras batallas contra mis desórdenes alimenticios… batallas de las que aún no logro salir invicta a mis treinta y cuatro años.
Mis compañeros llegaban los lunes comentando que vieron pornografía. «¿Qué es eso», les pregunté con inocencia absoluta. Ellos se rieron: «vemos mujeres haciendo cosas ricas con tetas de verdad, no como las tuyas que parecen un par de jocotes deformes».
Pasé a la adolescencia sin madurez emocional y con la falacia de que mi cuerpo me definía como persona. Faltaban tres meses para cumplir catorce años cuando mi novio, varios años mayor que yo, me dijo que había perdido mi valor como mujer; ya no era virgen, ya no tendría el mismo atractivo entre los maes que andaban detrás de mí. Se sintió feliz y dejó de celarme. Yo no estaba tan segura de querer que esa primera vez fuese a una edad pueril, pero igual sucedió. Recuerdo cómo temblaba petrificada en la cama, anhelando con la mirada que me dijera que me quería, que no le importaba únicamente mi cuerpo. No dijo nada. Pero mi cuerpo no era mío, mi cuerpo fue violentado desde los cinco años. Mi cuerpo podía nuevamente ser tocado, penetrado, usado y gastado. Mi mente no podía defenderme. Mi cuerpo no era mío desde hace mucho tiempo.
Meses después, decidió terminar nuestra relación. Debí de haberlo visto venir. Él mismo me dijo que ya no sería lo mismo. Yo no valía nada. Es decir, mis sentimientos, mi inteligencia, mi sentido del humor, la dulzura de mi corazón, todo eso era insuficiente. Se trataba de mi cuerpo y mi cuerpo era desechable.
Tenía dieciséis cuando una vez me escapé y mentí a mis padres. Me emborraché hasta perder el conocimiento. No podía sostenerme, entonces me arrastraba como un perro en cuatro patas por las callejuelas de «El Pueblo». Un amigo que yo conocía me vio y me dijo que me llevaría a casa para estar segura. Tomamos un taxi y me quedé dormida. Lo siguiente que recuerdo es estar contra una esquina en un parque del barrio en donde vivía. El pantalón llegaba hasta mis rodillas ensangrentadas. Me bajan las lágrimas, no puedo hablar ni gritar. Nuevamente la mano en mi boca y la voz de mi amigo que me calla y dice: «ya casi termino».
A los diecinueve años quedé de verme con un date en un bar. Él llega más tarde de lo acordado, así que me pongo a conversar con otro amigo que de casualidad me encontré. Me río montones, la estamos pasando bien. Un rato después, aparece. Me llama de lejos, me hace señas para que nos veamos afuera. En cuanto salgo, me toma del pelo y me jala hasta una pared en donde nadie nos puede ver. Me toma por el cuello y me comienza a asfixiar. Me pregunta si estoy disfrutando humillarlo de esa manera. No entiendo nada. Yo solamente estaba hablando con un amigo. Me obliga a responder con la cabeza y hasta que no lo hago, no me suelta. Cuando por fin logro respirar y me incorporo sin poder dejar de toser, me golpea. Me pega tres veces en la cara. Me rompe el labio. Me quedo, una vez más, temblando.
Al comenzar la Universidad tuve profesores que me insinuaron concesiones a cambio de un trato que nunca quise saber. Me adentré en el mundo profesional y el panorama no fue más alentador: me consultaron en una entrevista si pensaba ser mamá. Mentí. Dije que no, para no quedar en desventaja. Me solicitaron en otro lugar de trabajo que siempre usara vestidos y zapatos altos.
Mientras tanto, el acoso no para. No da tregua a ninguna hora del día, ni en ninguna calle. Ni desde hace veinte años, ni tampoco hoy. Me siento agotada. Algo está mal en el mundo. Comienzo a repasar estos recuerdos y otros que he vivido y siento que la sangre se duplica en mi interior y corre con tal fuerza y abundancia que siento que va a reventar por mis ojos, mi nariz y cada yema de mis dedos adormecidos. La intensidad con la que bombea mi corazón me impide exhalar. Me duele el pecho, el alma, el vientre; me duele cada fibra del cuerpo. Las imágenes vertiginosas que cruzan mi mente me agobian, me derriban, me vencen. Son incontables las veces que los extraños me han tocado en la calle. Son incalculables los daños de los besos robados, de las palabras violentas que me han gritado.
A veces no logro levantarme. Me revienta el mundo. No puedo lidiar con tanto. Las noticias no paran y con cada una, vuelvo a revivirlo todo. Tiemblo de impotencia y ya no quiero que nada me haga temblar. Tengo que hacer algo con todo esto. Tiene que haber algo más. Yo no soy una víctima, eso sí lo sé. Soy una sobreviviente y soy valienta.
Me niego a resignarme a cargar con esto que no ha sido mi culpa. Tampoco fue culpa de mis padres. Ellos me cuidaron como no puedo ni explicarlo.
Es culpa del patriarcado.
¿Por qué soy feminista?
- Porque ninguna niña merece que le sea arrebatada la inocencia sin importar su edad. Porque la sociedad patriarcal tiene que dejar de creer que pueden hacernos lo que sea. Nuestros cuerpos no se tocan ni se violan.
- Soy feminista porque tienen que entender que la violencia que nos persigue no la hemos buscamos. Porque necesitamos ser libres de que nuestro cuerpo deje de ser sistemáticamente cosificado. Si el problema fuera el cuerpo sexualizado, ¿por qué entonces no cesan las violaciones y feminicidios de bebés de tan solo meses de edad?
- Soy feminista porque creo en un cambio de mentalidad que permita finalmente que más niñas puedan hacer lo que aman, ya sea ballet o ingeniería. Y que no importa lo que decidan ser, cada niña y mujer debe reconocerse hermosa y capaz en su plenitud.
- Soy feminista porque los estereotipos de belleza nos han dejado problemas emocionales y psicológicos. Siento la necesidad de luchar contra estas imposiciones sociales irreales, para que desde niñas, las mujeres hagamos la paz con nuestro cuerpo.
- Porque los besos no se roban, los besos se elije darlos. Porque levantar la falda sin permiso no es un juego tonto de niños. Porque si no decimos las cosas como son y detenemos estas conductas, los niños que levantan faldas, mañana despedazarán la ropa a una mujer que camina sola.
- Soy feminista porque creo en la igualdad. Y no, no voy a usar el término «igualismo» que tanto anhelan aquellos que no se han deconstruido de su machismo. Porque no podemos visibilizar el racismo diciéndole «blanquismo». Así de absurdo y estúpido suena cada vez que lo exigen. Se llamará «igualismo» cuando, efectivamente, lo sea.
- Soy feminista porque crecí sin privilegios. Porque no puedo usar cierta ropa sin que se me señale de ser provocadora. Porque no puedo ir a correr sin que exista un riesgo latente para mi integridad. Porque nunca estoy segura; nunca lo he estado.
- Soy feminista porque las mujeres tenemos la misma fuerza que un hombre. Pero la sociedad percibe esa fuerza de una forma inferior.
- Porque en una oportunidad laboral el físico importa más que la experiencia, los títulos y el conocimiento.
- También soy feminista porque no merecemos un lugar menor, ni salarios más bajos por un mismo trabajo, ni chistes violentos con los que nos ha tocado reír para no caer mal.
- Porque existe una cultura de la violación que debe de acabar. Soy feminista por Katia Vanessa, por Mauren Hidalgo y por Eva Morera. Por cada mujer que ha muerto. Porque cada vez que matan a una, acaban con otra parte de mí.
- Soy feminista porque dos de cada tres mujeres ha experimentado algún tipo de abuso en su vida. Porque todos los días mueren mujeres por violencia de género. Porque a las mujeres nos mata el machismo de cada día: nueve por día en México; dos al mes en Costa Rica. ¿Y el resto de los países?
- Soy feminista porque creo que otro estilo de crianza es posible en donde ningún niño inicie su educación sexual con la pornografía como referencia de lo normalizado.
- Soy feminista porque la violencia y los celos se han romantizado a un punto aborrecible. Porque cuando le conté a mi amiga que me golpearon afuera de un bar, me respondió: «eso no es nada, mi novio me ha agarrado a patadas».
- Soy feminista porque en pleno 2019 aún hay mujeres que no tienen derecho a estudiar, a opinar, a trabajar o a tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida.
- Porque en una cultura patriarcal, nuestro consentimiento no vale nada. Porque no nos permiten decir «no». Y porque las pocas veces que nos atrevemos a decirlo somos percibidas como histéricas, agresivas, locas.
- Soy feminista porque nos siguen educando a las mujeres para protegernos de ser violadas. Porque cuando salimos entre amigas no podemos ir solas al baño, ni descuidar una bebida. Porque no dormimos en paz hasta que la última haya avisado que llegó a casa. Porque lo que en realidad deberíamos de estar haciendo como sociedad es educar hacia una cultura de consentimiento. Nosotras no tenemos que seguir consejos para evitar una violación. Los hombres tienen que dejar de violar.
- Porque cuando una chica ha sufrido violencia sexual lo primero que preguntan los demás es por la ropa que andaba puesta, la hora en la que estaba y el lugar en el que se encontraba. Porque la culpa nunca es del agresor y porque todos los procesos están hechos para revictimizar a la que no es culpable.
- Soy feminista porque creo que cada niña debe saber que su voz puede cambiar el mundo.
- Soy feminista porque cada vez que digo que lo soy, a alguien le incomoda y busca la manera de desprestigiarlo. Precisamente el hecho de desacreditarlo es la evidencia de sentirse amenazados de perder sus privilegios y, por lo tanto, se afanan en considerarlo como algo malo o negativo. Cuando realmente el feminismo nos salva la vida. Nos la salva, sin duda. Y si usted se siente incómodo, usted no ha entendido nada.
Ninguna mujer piensa que todos los hombres son acosadores o violadores. Simplemente son muchos los que lo son. Suficientes para tener miedo. Suficientes como para que muchas hayamos sido víctimas. Suficientes como para que el problema sea social y no personal.
Soy feminista porque al haber nacido mujer, estoy en desventaja. Y sería ilógico estar en mi contra. Porque un día entendí de una forma muy dolorosa que no vivo en mundo de igualdad. Y que es suficiente lo que he sufrido. No puedo quedarme callada viendo cómo otras sufren lo mismo.
Nadie puede taparme la boca nunca más.