Hola mi amada Amanda,
Ya son varios los días en que me acuesto y me despierto con una inquietud en el pecho y una constante que se repite en mi mente y es tu nombre. Amanda, Amandita. Amanda, tenés un nombre tan lindo, por cierto.
Te escribo porque necesito aseverar de alguna forma los sentimientos que detonan un poco la tristeza que tengo. La intranquilidad que me asedia tiene un aire más como de dolor que de otra cosa.
No es por vos, por supuesto. Es decir, tiene que ver con vos pero no es tu culpa, mi amor. Lo que pasa es que te extraño tanto. Hace tres días apenas que cumpliste tu primer añito de vida, y en ese entonces no imaginé que todo sería muy diferente a lo que es hoy. Quiero contarte muchas cosas y me gusta soñar que algún día podremos hablar largas horas, que nos vamos a ir de compras con tía Dani y que me vas a pedir consejos como yo lo hice con mis tías.
Pero hoy me parece que ese día está tan lejos, aunque tal vez las cosas cambien cuando llegue ese momento. Todavía hay tiempo…¿o no? Amanda, probablemente vas a escuchar muchas veces que la gente dice «hay más tiempo que vida» pero yo, personalmente, no estoy de acuerdo con eso. Considero que el tiempo es un paso inexorable, no permanece, es tan efímero como un segundo, que puede ser nada o puede ser una eternidad, pero casi siempre se nos escapa y no se puede recuperar. Por ejemplo, lo que te dije antes: acabás de cumplir un año; todo ha pasado tan rápido en 365 días que ya hasta caminás y decís algunas palabritas, según me han contado.
Hace rato que no te veo, por eso es que te extraño y te sueño. Si supieras cómo sueño con vos Ami. Sueño en las noches y sueño cuando manejo en esas largas presas que se hacen desde que salgo de la oficina hacia mi casa. Me la paso pensando en vos y en tu sonrisa de niña preciosa. No sabés con cuánta alegría te esperamos.
El día en que tus papás nos contaron que ibas a venir, me puse a llorar de felicidad. Fue como si todos mis instintos maternales florecieran, como emergen los tulipanes el primer día de la primavera. Hice una promesa: te cuidaría con todo mi corazón, te demostraría cada día mientras viva que te amo, que siempre soñé con el momento en que me dieran la noticia de que tendría una sobrina. Prometí guiarte, aconsejarte, consentirte y estar de primera como tu fan número uno en cada actividad importante de las diferentes etapas de tu vida.
Conté los días del embarazo de tu mami, esperando ansiosamente la fecha en que vería tus ojitos abiertos y curiosos. Me moría por conocerte, alzarte y verte puesta la ropa que con tanta locura escogía cada vez que una tienda de bebés se cruzaba por mi vista. Todo es tan bello Amanda, todo se ve tan lindo cuando se mantiene la ilusión de recibir a una nueva personita en la familia. Quería comprarte todas las cosas bonitas del universo.
Yo tenía apenas unas semanas de haber comenzado un nuevo trabajo y estuve en una capacitación fuera del país. Tu mamá me contó que la situación se complicó y yo sentí mucho miedo. A las dos las internaron y la espera fue insoportable. Me sentí desesperada de estar lejos, tuve tanta angustia de solo pensar que algo te pudiera suceder. Y a pesar de ese apremio en el pecho, yo sabía en el fondo que todo estaría bien, porque yo creo en Dios, Amanda. Para cuando leas estas palabras quizás tengas una noción de quién es Él, pero podés saber que es alguien que estuvo con vos desde que estabas en el vientre y que te cuidaba cuando estabas dormidita en la incubadora del hospital. Nunca estuviste sola.
Era muy probable que nacieras antes de tiempo, y eso tiene sus riesgos. Seguro estabas ansiosa por conocer el mundo y ser parte de él, por eso no te esperaste y naciste unas semanas antes. Fue tan impactante porque yo estaba en el aeropuerto esperando el vuelo de regreso y la noticia que me daba era que en cualquier momento ibas a nacer, y yo sólo rogaba estar cerca, y de alguna manera me gusta creer que me esperaste. Eso me dijo mamá: «te vamos a esperar». Y así fue.
Te pudimos conocer casi tres semanas después. No te puedo explicar lo que sentí cuando te vi. Me pareciste tan perfecta. Tan pequeñita y tan perfecta. Tan vulnerable y tan fuerte a la vez. Tan frágil y tan valiente. Me conmoví hasta las lágrimas y lo primero que te dije fue: -Hola, Amanda-. Y luego: -bienvenida, princesa-. Creo que ese es el recuerdo que más conservo con vos hasta el día de hoy.
Lo que pasa es que tampoco nos hemos visto tantas veces. Claro que quisiera verte todos los días y jugar con vos, y no perderme de tus risas y de lo que descubrís cada mañana. Por supuesto que anhelo ser parte de tu historia; imagino todas las cosas divertidas con las que quiero hacerte reír, porque Amanda, soy capaz de convertirme en payaso o en ardilla, si eso te hiciera gracia. Ansío escuchar tu vocecita diciendo «tía» y leerte muchos cuentos exclusivos que te he escrito.
Te falta mucho por crecer y ya lo entenderás cuando sea el momento, pero los adultos somos complicados. No sé por qué se nos hace más fácil separarnos por las cosas en las que no nos entendemos, que unirnos por lo que sí estamos de acuerdo. También creo que guardamos rencores y heridas sin sanar que de una forma u otra arrastramos en nuestras relaciones con los demás. Nos hacemos daño Ami, nos equivocamos demasiado, sé que no queremos en lo más profundo de nuestro ser que sea así, pero tampoco lo evitamos. No vale la pena entrar en detalles pero quiero que sepás que te amo, que estoy a la vuelta esperando poder acercarme más, pero que también debo respetar las decisiones que toman tus padres. Tus papás te adoran, sos todo para ellos y estoy segura de que todo lo que hacen es con la mejor intención, aunque eso traiga pesar en nosotros, en tu familia.
Hace unos meses decidí unirme al club de los valientes. Ese era el nombre de una charla a la que asistí, y trataba acerca de las relaciones familiares y de cómo estamos llamados a luchar por los que amamos, especialmente en lo que respecta a nuestra propia sangre. No importa cuanto duela, debemos dar la batalla por mantener nuestros lazos. La familia de tu papá, es decir, nosotros, siempre fuimos muy unidos. Mami y papi (o sea, tito y tita), se afanaron en cultivar el amor entre todos, y siempre ha sido así. Yo siento que tengo esa misión, Amanda, de seguir intentándolo. Ya ni siquiera pienso en lo que haya pasado, solo me aferro a la esperanza de que todo cambie tarde o temprano.
No siempre es tan simple. Hay días más difíciles que otros, como ha sido últimamente. De ahí la urgencia de escribirte. Me quebranté y le dije a un amigo: «me cansé y quiero tirar la toalla, no sé si valga la pena seguir insistiendo». Pero me dijo algo tan cierto: «el único que tira la toalla, es el coach, y no creo que lo esté haciendo».
Entonces voy a seguir con mucha fe, tratando de acercarme hasta donde me lo permitan. No te miento, es muy doloroso dar, buscar y expresar y no saber si eso resulta importante o si da lo mismo que yo no existiera. Tal vez algún día lo sepa, puede ser. Pero hoy no me canso de nuevo, aunque lo esté. No soy tan valiente como la charla me invita a ser, la verdad es que me rompo a cada rato, me caigo y desisto. Pero me vuelvo a levantar. Hace poco fui a patinar, tenía dieciocho años de no hacerlo y, ¿adiviná?…la agilidad ya no es la misma con tres décadas encima. Uno de mis compañeros me dijo: «¡no!, te caíste» y yo pensé: «bueno, caerme y levantarme es lo que más he pasado haciendo en mi vida». Así que cuando sienta que ya es inaguantable no saber nada de vos y quiera hundirme en el piso, voy a recobrar fuerzas para continuar el camino. Si algo me pasara y yo me muero, quiero que recuerden que hasta el último aliento lo di por mi familia, por vos, por el amor. En mi corazón eso es lo único que quiero que haya: amor.
Van a ser casi cuatro meses y medio desde la última vez que te vi. Cada vez que lo pienso, se me atraviesan las palabras en la garganta. Necesito que sepás que tenés una tía que está enamorada de vos. Que pasa horas viendo tus fotos y pensando en cómo estarás. Sé que pronto te voy a ver, o al menos eso quiero creer y cuando eso pase te diré: – hola Amanda, qué linda que estás. Quiero que sepas que estoy aquí para vos. Siempre lo he estado, y eternamente lo voy a estar-.
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