Hoy se fue el último suspiro de tu vida y te imagino partiendo con la misma hermosa sonrisa de todos los días…con la mirada perdida en los ojos de tu mamá Lucía.
Hoy no hay fiesta en el pasillo del hospital por donde pasabas irradiando alegría, contagiando a los demás con un optimismo que no dejo de admirar.
Hoy se nos rompió el alma en llanto porque acabas de marcharte y ya te estamos extrañando tanto.
Hoy no te rendiste; fue tu cuerpo cansado el que no resistió más. Pero vos no Diego, vos querías seguir luchando hasta el último momento posible.
Hoy no te fuiste. Tu ausencia es una realidad insoportable, pero no te has ido; dejaste tus pasos marcados en el corazón de tantas personas que se cruzaron por tu camino en tus catorce años de vida.
Que hoy nadie diga que viviste muy poco. Enfrentaste los días más duros con total valentía, con el coraje de quien no tiene temor a nada. Te aferraste a seguir viendo el sol cada mañana, sin importar el dolor que tu cuerpo te reclamaba. Insististe en absorber plenamente tu existencia y disfrutar cada segundo de vida como el regalo más valioso que se te haya concedido.
Hoy me recordaste que podemos ser capaces de revestirnos de fortaleza y sentirnos sanos, vivos…aunque quizás por dentro nuestro organismo grite lo contrario. Si vos anhelabas levantarte de la cama para ir a cumplir muchos sueños, ¿cómo es posible que los que sí pueden hacerlo, prefieran quedarse escondidos, sintiéndose muy pequeños para eso?
No necesitabas nada más para ser feliz, que tener la oportunidad de despertarte y poder respirar sin dificultad. Recuerdo cuando mi mamá te preguntó lo que te gustaría recibir de regalo de Navidad y vos dijiste que querías una camisa de un color fosforescente. ¿Eso es todo, Diego? Y por supuesto que esto no lo cuestionó mi mamá…No, ella te conocía muy bien. Yo me lo pregunté en silencio, pensando en cómo era posible que todo sea tan simple para vos. ¡Qué gran lección Dieguito! Para mí, sí. Pero también para enseñar a cualquiera que de repente se vuelve tan necesitado de cosas superfluas, de objetos y comportamientos que jamás llenarán una sensación de vacío…de adquisiciones que al final no nos vamos a llevar.
Hoy te despediste sin cargas pesadas, sin nada más que la plenitud de haber amado sin miedo, lleno de agradecimiento por el tiempo que estuviste aquí, aunque la mitad de tu vida hayás estado en una camilla. Ya diste demasiado… ya podés descansar de las vías que envolvían tus bracitos delgados y de tantos procedimientos médicos complicados.
Hoy hay lágrimas entre las enfermeras, médicos y trabajadores sociales del hospital. Entre ellos está mi mamá, que te vio crecer durante todos estos años mientras aprendíamos tanto de vos. No dejaba de contarme tus historias tan inspiradoras que asombran a cualquiera: como la de la foto en la que te ves sonriendo y levantando las manos en señal de victoria después de una intervención quirúrgica. Así te voy a recordar siempre, alegre y positivo.
Hoy no va a haber otro niño que tenga el privilegio de conocerte. Es tan imprescindible que personas excepcionales como vos vengan al mundo, para infundir más amor y esperanza.
Siempre tuviste el cielo ganado. Pero hoy el cielo ganó un ángel.
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